Por el pedregal

Nublado

Fotografía de María Goikoetxea: http://www.flickr.com/photos/yoamibola/

No es la oscuridad lo que me estremece, sino cerrar los ojos y seguir viendo la luz del día ya terminado.

Todo calla. El silencio y la tranquilidad de la noche hacen que el mínimo ruido resulte ensordecedor y molesto. Incluso los latidos de mi propio corazón. Ni que decir de la maquinaria de mi cabeza, incesante, que no encuentra reposo pese a mi deseo.

La luz del salón, fría después de cambiar la bombilla por la primera de ahorro-luz que encontré en un cajón, da un tono azul y más tenue a la estancia; ni la monotonía de la programación que dan en la televisión  hace que por un segundo se junten mis parpados, cuando otras veces ha sido el somnífero ideal. Miro la pantalla y no veo nada, únicamente veo lo que pienso y mi cabeza no se relaja. Hay noches que no están hechas para dormir y días que no están hechos para vivirlos, pero no hay salto de ayer a mañana, igual que no hay salto de un camino a otro si no se cruza por el pedregal. El almohadón que compramos (a mi me conquistó por amoroso… como muchas otras cosas…) ahora parte imprescindible del sofá, no relaja mi cabeza inquieta, sino que la hunde entre su tela, la cierra como si sujetara mis pensamientos, como si quisiera aislarme del mundo para que no perciba nada que me distraiga.
¡MALDITO!  ¡Cuántas veces he necesitado soñar y me has negado este aislamiento de todo! …

… Ya tendido en la cama, sin luz, con todo cerrado a cal y canto, mirando perplejo al techo, como quien mira al infinito y no ve. Cierro los ojos y sigo viendo el día, los abro y sigo viendo el día… y me oigo en mi mente…

¡Un fallo! ¡Un error, sí, sé que ha sido un error! Sí, sé que no ha sido el único y también sé que tendré más, soy humano.
Sí, sé que seguramente el más grave; es posible que cuando te ciega la desesperación no se vea más allá de tus pestañas y, aunque notes el fango a tus pies, sigas caminado hasta hundirte (más o menos, qué más da) atraído por el vapor de un calor falso, un calor que solo tu ilusión produce.

¿QUÉ PASA? ¿QUÉ SOLO YO COMETO ERRORES? ¿NADIE MÁS?

¡No! … Ya sé que esto no justifica mi equivocación, mi mala acción, se que los errores de los demás no engrandecen ni empequeñecen los míos. Pero déjame gritar con la boca cerrada, por favor. Necesito gritar sin que nadie me oiga.

Quizás no tenga perdón. Quizás no lo haya o no lo merezca.

Quizás mi castigo sea no tenerlo nunca.

Quizás ese perdón lo tenga que apartar el tiempo y dejarlo en un olvido selectivo.

O quizás, llegue solo, en silencio, sin hacer ruido ni molestar, un día normal, un día entre semana, por sorpresa, mientras duerma y duerma mi mente. Quizás venga con la calma, la tranquilidad, como el vapor relajante de un baño caliente en el que te vas sumergiendo poco a poco mientras cierras los ojos porque no necesitas ver, porque sabes que el calor es real, es acogedor, es lo que necesitas después de un día de trabajo.

Pero eso, quizás solo quiere decir quizás. Y mientras un sabor amargo recorre mi esófago, mi garganta, y sube más, hasta mi cabeza, mezclándose entre una maraña de pensamientos, como si fuese el combustible que necesita la maquinaria de mi mente para no estar quieta. Y poco a poco va empapando la almohada de sudor, frío, incómodo.

Hoy, solo me queda el consuelo de mirar esos ojos azules, vivos, alegres, que atentos siguen mirando estos relatos de vivencias aun no vividas y que siempre me arrancan una sonrisa llena de ternura y amor, amor puro, incondicional y atemporal.
Luces que me hacen olvidar si es de día o es de noche.